Miles de familias viven en la miseria, Gobernador Osuna también se olvidó de ellos.......
De una anunciada
inversión de mil 255 millones de pesos para sacar a aquella región de
la pobreza y acercar a sus pobladores hacia el desarrollo y una vida
digna, la administración de José Guadalupe Osuna Millán sólo ha ejercido
172 millones en tres años. La solución para los jornaleros agrícolas
del sur de Ensenada es cada vez más terrible. Los azotan las condiciones
climáticas, la explotación de los patrones y el olvido de los
gobernantes........
Francisco
Sandoval Alarcón
Miseria,
hacinamiento, explotación y paupérrimas condiciones laborales, integran
el contexto en el que se desenvuelven los jornaleros del Valle de San
Quintín, la segunda zona agrícola más productiva de Baja California.
Aquí las carencias están a flor de piel y calan hasta los huesos.
Familias
de hasta doce integrantes viven en cuartos de doce metros cuadrados
construidos de lámina, madera y cartón, mientras que los propietarios de
las compañías agrícolas donde laboran, aparecen en la lista de los
hombres más ricos del planeta. Es el caso de Alfonso Romo Garza, quien
hasta hace algunos años era dueño de la mayor productora de frutas y
hortalizas del mundo, “Seminis”, hoy “Monsanto”, instalada en San
Quintín, empresa que sigue operando bajo la tutela de patrones
estadounidenses.
Cuando
el Empresario regio y actual Consejero independiente de Cementos
Mexicanos (CEMEX), era dueño de la compañía agrícola estuvo incluido en
la lista de la revista Forbes, con una fortuna personal valuada en 2 mil
200 millones de dólares, mientras miles de trabajadores agrícolas de
San Quintín y sus familias vivían con menos de dos salarios mínimos al
día.
Actualmente
la región de San Quintín cuenta con una población flotante de 60 mil
personas, de las cuales cerca del 80 por ciento son indígenas
provenientes del sur de México que a pesar de buscar una mejor calidad
de vida, sólo encuentran marginación y en algunos casos muerte. Así
ocurrió a un grupo de jornaleros mixtecos el 2 de enero cuando se
volcaron en La Rumorosa camino a trabajar del sur de Ensenada a los
campos agrícolas de Sinaloa. El saldo: 22 heridos y 14 muertos, entre
ellos dos niños y un bebé.
Como si
el escenario de explotación por parte de las compañías privadas no fuera
suficiente, los jornaleros de San Quintín se enfrentan al olvido
gubernamental. Ejemplo de ello la ayuda que no les ha llegado luego que
fueron víctimas de las lluvias que azotaron la región en enero de 2010.
Cientos de familias quedaron damnificadas y el Gobierno no les ha
garantizado una vivienda digna. Mucho menos ha pugnado por un salario
decoroso que los ayude a salir de la miseria.
Prometer
no empobrece
Los
jornaleros escuchan promesas pero no ven el cumplimiento. En el Programa
de Desarrollo para la Región de San Quintín 2008-2013 que hace un par
de años presentó el gobernador José Guadalupe Osuna, reconoció la
marginación en la que viven y se comprometió a realizar una serie de
acciones que hasta el momento según pudo corroborar ZETA,
no se han desarrollado.
Al
inicio del documento, el gobernador reconoció que desde 1987 se han
elaborado nueve programas del Gobierno Estatal para su implementación en
San Quintín, pero en siete no existía una estructura en los proyectos
aun cuando existían estrategias, acciones y responsabilidades.
Osuna
Millán se comprometió a poner en marcha un proyecto que les permitiera
erradicar las “disparidades” que existen en esa zona rural y convertirla
a San Quintín en una “ciudad del futuro”. Pero no lo ha hecho, aun
cuando advirtió los problemas que aquejan a los habitantes de esa
región: desigualdad social y falta de oportunidades hacía los indígenas;
Atención insuficiente de servicios de salud; Escasa cobertura educativa
y deportiva; Carencia de áreas de desarrollo cultural; Falta de agua;
Ausencia de una agenda política que propicie el desarrollo; Aumento de
la delincuencia y la drogadicción, así como el desempleo en las
principales comunidades agrícolas.
Para
atacar esa situación, Osuna anunció una inversión de mil 255 millones de
pesos para la construcción de escuelas, clínicas, carreteras, centros
deportivos, alcantarillado, alumbrado público, infraestructura para la
obtención de agua y la implementación de programas sociales para abatir
la pobreza, acciones que según funcionarios y defensores de los derechos
humanos consultados por ZETA no se han implementado a
más de año y medio de haber presentado el programa.
Entras
las obras de infraestructura que promete desarrollar el Gobernador, se
encuentran la construcción un consultorio médico y la instalación de
juegos infantiles en el Rancho El Vergel, lo que a decir del coordinador
del Observatorio Ciudadano de Derechos Humanos (OCDH),
Francisco Sánchez Corona, podría tratarse de una “simulación”.
Explicó
que desde la pasada administración existe un área de juegos infantiles
en esa zona, además que ya venía operando una clínica del sector salud
“que sólo le da servicios a los trabajadores de El Vergel”, rancho
perteneciente al secretario de Fomento Agropecuario en el Estado,
Antonio Rodríguez.
“Haz de cuenta que (Rodríguez) tiene su clínica
particular”, expuso.
Otra
obra que según el Activista podría ser simulada, es la construcción de
una planta desaladora en otro de los ranchos del Secretario de Fomento
Agropecuario que se ubica en Los Pinos. “Ahí ya opera una planta
desaladora y lo que sabe la gente es que fue construida con dinero
público y en el informe viene señalado como si apenas se fuera a
construir”.
No son
los únicos trabajos que anuncia Osuna Millán para abastecer de agua
potable a los pobladores del Valle de San Quintín. En su Programa
anunció la inversión de 488.7 millones de pesos para ese rubro y hasta
el momento no hay fecha para poner en marcha las obras.
Entrevistado
por ZETA, el director general de la Comisión Estatal
de Servicios Públicos de Ensenada (CESPE), José Flores, reconoció que
apenas se están haciendo los estudios para conocer las zonas idóneas
donde se podrían desarrollar dos desaladoras prometidas por el
Gobernador, quien en su Programa aborda la necesidad de construir una de
estas plantas en Ejido Padre Kino en Poblado de Camalú-Los Pinos.
Otra
necesidad que tienen los pobladores del Valle de San Quintín es una
clínica de segundo y tercer nivel que a pesar de estar señalada en el
Programa no ha sido construida. Los pacientes que requieren de una
operación y no tienen seguro social tienen que acudir a Ensenada para
atenderse. Pero en San Quintín cerca del 50 por ciento de los
trabajadores y sus familias no están asegurados, lo que se ha venido
agravando en los últimos cinco años. En algunos casos los patrones sólo
les entregan un seguro temporal de uno o dos días y cuando se llegan a
enfermar tienen que solicitar permiso, pero si el administrador está de
malas no les entrega el pase, denunció Sánchez Corona.
Otro
problema que se aborda en el programa de Osuna y frente al cual según
Sánchez Corona “no se ha hecho nada”, es el relacionado con el tema de
las adicciones. “Es algo preocupante y debería ser preocupante para la
autoridad por los altos niveles que se registran. El nivel de
inversiones para combatir ese tema es mínima, porque no veo en dónde
esté la inversión para tratar a los adictos y corregir el problema”.
Manuel
Aguilar, secretario de Planeación y Finanzas del Gobierno del Estado,
expuso que de los mil 255 millones de pesos que el Gobernador planea
destinar a San Quintín, se han ejercido 172 millones en los siguientes
rubros: Agua y alcantarillado; Servicios comunitarios por parte de
Secretaría de Desarrollo Social; Infraestructura en Educación básica y
media superior e Infraestructura Deportiva.
Pero
evidentemente no ha sido suficiente.
La
migración de los mixtecos
Hace
cinco años, Fausta Díaz, de 49 años de edad, y su esposo Joel, indígenas
mixtecos de Guerrero, emigraron con sus cinco hijos al Valle de San
Quintín. Buscaban empleo y mejor calidad de vida. Se establecieron en la
colonia Candelaria, en la delegación Camalú, una de las más afectadas
por las lluvias que azotaron la región hace unas semanas.
A la
fecha las calles de la zona siguen inundadas, lo que dificulta el acceso
de los automóviles. “Allá (en Guerrero) no hay trabajo, sólo hay en
junio o julio, que es temporada de lluvias. Por eso nos vinimos para
acá. Nos gustó y nos quedamos aquí”, indica la mujer mientras lava y
cuelga ropa en un improvisado tendedero de su modesta vivienda
construida a base de madera, lámina y cartón.
En su
pueblo, Joel sembraba sus parcelas, pero con el paso del tiempo y la
deteriorada economía mexicana, cada vez fue más difícil sostener a su
esposa e hijos. Un día se topó con un mayordomo que le ofreció trabajo
por contrato en los campos agrícolas de Ensenada. Tomó el autobús y se
vino.
Según la
Doctora en Sociología del Colegio de México, María Eugenia Anguiano,
quien realizó un estudio titulado: “La Migración de Indígenas Mixtecos”,
las regiones donde viven estas comunidades son de las más pobres del
país y presentan las tasas más altas de emigración.
“Son pueblos
carentes de agua potable, servicios básicos, escuelas y caminos. Los
predios menores de dos hectáreas de tierra empobrecidas y erosionadas
con que cuentan las familias mixtecas no les proporcionan recursos para
vivir ni aun el nivel mínimo de subsistencia. En estas condiciones, los
mixtecos se han visto obligados a salir de sus comunidades”, señaló en
una de sus conclusiones la también investigadora del Colegio de la
Frontera Norte (COLEF).
Con
apenas 1.55 metros de estatura, Fausta trabaja en la pisca de tomate.
La faena
es dura y gana 110 pesos diarios por cortar alrededor de una tonelada y
media de jitomate y cargar una cubeta de 15 kilogramos hasta el
remolque. Repite la operación cerca de 100 veces. “Ahora no estoy
trabajando porque estoy un poco enferma, pero para la próxima semana voy
a regresar. La situación está muy dura”, reflexiona la señora.
Luego
que las lluvias de enero inundaran su casa, Fausta y su familia rentaron
un cuarto a un amigo en la colonia Monte Albán. También vieron
afectados sus bolsillos, pues a consecuencia de las precipitaciones no
hubo trabajo en los campos agrícolas, y la anunciada ayuda que hicieron
diputados y autoridades no llegó. “A mi hijo y su esposa, que viven en
la colonia Tierra y Libertad, les dieron una lona, una cobija y nada
más. Pero a nosotros no nos tocó nada. Quién sabe cuándo nos va a
tocar”.
Aun
cuando Camalú es una de las delegaciones con mayor producción agrícola y
por consecuencia una de las principales consumidoras de agua, en la
Candelaria hay carencia del vital líquido; los trabajadores indígenas
pagan pipas para que les brinden el servicio.
Según el
Programa de Desarrollo para la Región de San Quintín 2008-2009,
presentado por el gobernador José Guadalupe Osuna, el 83 por ciento de
los residentes de la zona se abastecen de agua potable, de los cuales el
52.77 por ciento la obtienen fuera de la vivienda; 38.90 por ciento
dentro de la vivienda; 5.35 por ciento de la llave pública y 2.18 por
ciento de pipas. Lo anterior significa que más del 50 por ciento de la
población de este Valle Agrícola no cuenta con el servicio.
Acaparan
despensas
Indígena
totonaca de Poza Rica, Veracruz, Andrés Rivero, de 58 años de edad, fue
otro de los pobladores de la Candelaria afectado por las lluvias que en
el Valle de San Quintín dejaron a más de mil 500 personas afectadas.
Hace 22 años Andrés fue contratado para laborar en los campos agrícolas de tomate y hortalizas. El empleo seguro y el buen clima de la zona fueron los principales atractivos para que decidiera establecerse en Camalú. Sin embargo, a los seis años de haber llegado optó por abandonar los campos agrícolas y dedicarse a la albañilería y la pintura de exteriores. Lo hizo por una sencilla razón. “Me hicieron daño los pesticidas que se utilizaban”.
En aquel
tiempo recordó que era uno de los encargados de preparar los químicos,
pero lo hacía sin ningún tipo de protección. “Estuve internado por
varios días y los doctores me dijeron que me había intoxicado. Después
de eso fue que tomé la decisión de renunciar a mi trabajo. No quería
arriesgarme a intoxicarme de nueva cuenta, así que me fui sin avisarle a
nadie. Ni a los patrones”.
A
diferencia de otros trabajadores agrícolas, Andrés corrió con suerte al
ser atendido oportunamente. Las cifras oficiales del Gobierno del Estado
y de la Universidad Autónoma de Baja California, revelan que el 46.8
por ciento de la población en San Quintín no cuentan con servicios de
salud.
Aun
cuando el indígena totonaca optó por dedicarse a otro oficio, la
situación de pobreza y hacinamiento en la que vive es similar a la de
muchos trabajadores agrícolas de la zona. Andrés y su esposa, así como
sus cinco hijos y nietos viven en un cuartito de 12 metros cuadrados
construido de madera y lámina.
El único patrimonio con el que cuentan,
son dos viejas camionetas que Andrés usa para cargar el material de sus
trabajos de albañilería y pintura.
El
tercer día de lluvia ninguna autoridad les advirtió que se encontraban
en riesgo, aun cuando los dos arroyos que se localizan en los costados
de la colonia se desbordaron. “Un vecino fue el que nos dijo que mejor
abandonáramos la casa. Nos comentó que en la colonia Cantarranas el agua
le llegaba a la cintura a la gente y que seguramente eso iba a suceder
aquí, por eso nos fuimos al albergue instalado en el salón social”;
donde estuvieron por espacio de cuatro días.
Al
quinto día regresaron. Lo hicieron porque las lluvias pararon y se
enteraron que a algunos de sus vecinos les estaban robando las pocas
pertenencias que les quedaban.
“Afortunadamente a nosotros no nos pasó
nada, pero supimos que se robaron minas de gas, estufas y estéreos, por
lo que nos regresarnos a la casa”, relató Andrés, mientras su esposa
María ante la falta de energía eléctrica, otro servicio inexistente en
la colonia, calentaba rústicamente en el patio una olla con agua para
preparar frijoles.
Del
apoyo entregado por parte de las autoridades, reconoció que aun cuando
recibieron dos despensas, éstas no fueron repartidas equitativamente,
pues hubo personas que sin necesitarlas acapararon varias. “Cuando estos
vecinos se enteraban que iban a entregar despensas iban y se formaban
dos o tres veces para que les dieran más y eso provocó que a muchos no
les tocara nada”.
Los
rescatan con tractor
Media
hora antes de que se inundara el pueblo, Karina Soto, de 22 años de
edad, cargó a su pequeño hijo en brazos y acompañada de su esposo Sergio
Santiago, se fueron a la casa de sus padres ubicada en el Ejido
Papalote. Lo hicieron porque la lluvia no paraba y la mayoría de las
viviendas en San Simón de Abajo comenzaban a sentir las inclemencias del
clima.
Karina
nació en Sinaloa de Leyva. Al igual que cientos de migrantes, sus padres
llegaron hace 14 años a San Quintín y se emplearon en la pisca de
tomate, actividad que realizaban en su estado natal. Todo ese tiempo
vivió en el ejido Papalote, pero hace dos años cuando se casó, la joven
madre cambió su domicilio a la casa familiar de su esposo, quien al
igual que su suegro, trabaja en los campos agrícolas percibiendo un
salario de 110 pesos diarios por una jornada de 10 horas.
El
sueldo que recibe su esposo por cada jornada es menor a los dos salarios
mínimos, que en Baja California es 57.46 pesos. Las cifras oficiales
del Gobierno del Estado señalan que el 39.5 por ciento de la población
en San Quintín gana entre uno y dos salarios mínimos; 36 por ciento de
dos a cinco salarios, mientras que el 47.7 por ciento no percibe algún
tipo de prestación laboral.
El
jueves 21 de enero, Karina vio muebles y ropa flotando por las calles
del pueblo, bardas colapsarse. Al ver que la lluvia no paraba y que el
viento era más fuerte, comenzó a preocuparse por sus suegros y cuñados. A
mediodía el poblado estaba totalmente inundado. En algunas partes el
agua alcanzó el metro de altura, por lo que la medida que adoptó César
Julián, hermano de la muchacha y residente del Papalote, fue tomada como
heroica. A bordo de un tractor prestado, el joven y un amigo comenzaron
a sacar a los residentes de la zona que se quedaron atrapados en el
lodazal.
Los
militares que estaban estacionados a bordo de sus flamantes Hummers y
camiones sobre la carretera del poblado sólo se les quedaban viendo sin
tomar acción. De cuatro en cuatro, César Julián y su amigo sacaron a los
vecinos de San Simón que se quedaron atrapados. “Los soldados no
quisieron meterse por nadie. Fue mi hermano y su amigo los que ayudaron a
salir a la gente porque todo se inundó. Vino por mi suegra y sus hijos,
pero finalmente se quedó hasta las 11 de la noche ayudando a todos los
vecinos”.
San
Simón de Abajo está localizado en la parte sur de San Quintín a menos de
cinco minutos del Ejido Papalote, muy cerca de un arroyo. Son alrededor
de cien familias las que viven en esa zona. La mayoría de las casas
están hechas con madera, lámina, lonas y cartón y sólo muy pocas están
construidas de concreto.
Hace 27 años, el pequeño poblado se encontraba a
dos kilómetros de ahí, pero una lluvia que se registró en aquella época
generó que sus pobladores fueran reubicados a una parte más alta, la
cual se inundó casi tres décadas más tarde.
Según
Karina tras las lluvias registradas en enero pasado, sólo en un par de
ocasiones los han visitado las autoridades y fue para entregarles dos
despensas. Una para ella y su familia y otra para sus suegros y cuñados.
También les dieron un bote con escoba, una lona y algunos galones con
agua que les dijeron era para consumo humano, pero que en realidad
estaba salada. De ahí en adelante no han recibido otros apoyos
oficiales. Incluso señaló que hasta el momento desconocen en qué
situación quedaron las casas tras la inundación.
“No se
preocupan por decirnos el riesgo en el que estamos. Ya de perdida que
nos dijeron que no vamos a pagar servicios o que vamos a tener un
descuento en las tiendas. Ahí si nos llega el arroyo bien llegado otra
vez, no tenemos ningún apoyo”.
Así es
cada vez que llueve en San Quintín, familias enteras protegen sus pocas
pertenencias con sacos de arena o láminas en el techo.
En algunos casos,
como en San Simón de Abajo, las autoridades les brindan apoyos
económicos de 570 pesos para que limpien los destrozos de las
inundaciones, o en su defecto les entregan despensas que les calman el
hambre por uno o dos días, pero no hay soluciones de fondo, lo que
demuestra que la recurrente problemática no es parte de la política
integral del Gobierno del Estado, dado a que no existe un verdadero plan
sostenido que ayude a salir de la pobreza en la que viven a miles de
trabajadores indígenas migrantes.