Jorge
Carrasco Araizaga
En su discurso del pasado jueves en Mérida, Calderón demostró, una vez más, su naturaleza antidemocrática, pues quisiera que los medios renuncien al papel de contrapeso que juegan en cualquier sociedad democrática y se limiten a repetir lo que su gobierno quiere que “informen”.
Ante empresarios, se quejó de que los cárteles de la droga tengan difusión gratis en la prensa, y en primera plana, de sus mensajes.
“… Si uno ve la prensa nacional, desde luego que la manta que dejan, además, en un pueblo; un recado de Fulano para Zutano, o lo que no tenemos, lo que nos cuesta a cualquiera de ustedes o al gobierno pagar una primera plana de varios millones de pesos, eso sí aparece en primera plana y a todo color”.
Calderón ha aprendido que cada manta que la delincuencia organizada coloca en cualquier parte del país es un severo golpe a su “estrategia” contra el narcotráfico.
Él mismo, varias veces, ha sido “el Zutano” al que le han dirigido mensajes. En algunos de ellos, su secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, y militares han aparecido como supuestos protectores de narcotraficantes.
Más allá del fundamento de esas acusaciones, las mantas juegan un papel clave en las disputas por el control de los mercados ilegales de las drogas. Eso es parte de la confrontación en la que de manera precipitada se embarcó Calderón nada más comenzó su gobierno.
No es cierto que las mantas se coloquen por allá, “en un pueblo”, como dice el quejoso. Un día y otro aparecen en grandes ciudades y centros turísticos. Como ocurrió en Cancún la semana pasada, cuando Los Zetas se dirigieron al propio Calderón, quien encabezaba una reunión con los mandatarios de América Latina y El Caribe.
Las mantas son un hecho noticioso en sí mismo. Además de los mensajes, indican el despliegue y organización que tienen los cárteles. Desde hace tiempo, son capaces de colocar simultáneamente decenas de mantas en varias ciudades de distintos estados de la República.
Las mantas son más noticia que muchos de los discursos oficiales. Son una expresión más del desafío al que está sometido el Estado mexicano.
A la propaganda oficial en su “guerra contra el narcotráfico”, ha seguido la contrapropaganda de los cárteles de la droga, aprendida precisamente de los militares desertores que se han pasado a la delincuencia organizada.
En la lógica de la guerra, la información es clave. Los mensajes se conciben para persuadir a la población que el enemigo, cualquiera que sea, está siendo derrotado.
Es lo que quisiera Calderón, que la población se quedara sólo con su machacona propaganda de “logros en el combate al narcotráfico”.
A pesar de que los medios de por sí dan mucho espacio a las versiones oficiales, sus quejas se acabarían si tuviera el control caciquil de la prensa que tienen los gobernadores en el interior del país.
Los millones de que habló para colocar los mensajes del gobierno en la prensa, se van en más de 70 por ciento a la televisión, el gran aparato propagandístico del que dispone.
En la lógica de Calderón, quedémonos entonces con la propaganda que hizo de la ejecución de Arturo Beltrán Leyva, en diciembre pasado, en Cuernavaca. O con los detalles que la propia Procuraduría General de la República dio sobre la manera en que Santiago Meza López, El Pozolero, disolvió los cuerpos de 300 personas ejecutadas por el cártel de Tijuana.
Esa propaganda, que paga con dinero público que usa discrecionalmente, se ha convertido en alimento de la violencia que ha acompañado a su gobierno.
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