¡VAMOS TODOS A VOTAR!
Irán a las Urnas Sólo los Conscientes, Responsables y Civilizados
El Padrón Electoral Arroja 77 Millones 481 mil Electores en el País
El Voto es un Derecho y una Obligación Ética y Cívica
Por: Alfonso Fernández de Córdova M.
Sí. Vamos todos a votar el próximo 5 de julio. ¿Y quiénes y cuántos son todos? Obviamente, no todos los 77 millones 481 mil ciudadanos que están registrados en el padrón electoral nacional hasta estos momentos, según lo dio a conocer el Registro Federal Electoral, el 19 de junio de 2009.
Hay causas de fuerza mayor por las que un porcentaje equis (x) no podrá votar, otro ye (y) se abstendrá y otro alto porcentaje zeta (z) sí irá a las urnas a depositar el signo de un derecho y de la voluntad ciudadana o popular. Queda por ahí un tanto porcentual doble u (w) que sólo obtiene la credencial de elector como medio de identificación “oficial” (hay otros sin uso), pero de todas formas no cumple con la obligación ética y cívica de sufragar.
Los encuadrados en el porcentaje x son: los fallecidos, los enfermos y los que cambiaron a domicilios lejanos en los seis meses últimos del corriente año electoral, quienes no pudieron actualizar o reponer la credencial de elector. Aunque el padrón es depurado y revisado queda un lapso que no permite cambios o modificaciones, debido a controles, impresiones y distribución que del mismo se hace en los 300 distritos electorales e instituciones electorales en todo el país. Esto requiere mucho tiempo.
El porcentaje es difícil de establecer a priori. Solamente el Instituto Federal Electoral lo obtendrá a posteriori al día de las elecciones y una vez dados a conocer los resultados oficiales finales después del domingo siguiente de la votación general.
Después de esas causas hay un porcentaje (y) llamado de abstención generado por los perezosos, ociosos, apáticos, desidiosos, negligentes, irresponsables e ignorantes de lo que significa una obligación ética y cívica. Ahí encuadran los que tienen endulzado el oído por los demagogos que les hablan de ejercer los derechos humanos, civiles y políticos, sin alcanzar a comprender ni entender ni distinguir entre uno y otro, incluidos aquellos que viven engañados al creer que anular el voto o la boleta es solución al mal que aqueja a los partidos y a muchos “políticos” carentes de ética y civismo.
El porcentaje z que sí vota está formado por los ciudadanos que sí saben de la trascendencia cívica y ética del sufragio. ¿Por qué cívica? Porque el civismo es una actitud y una conducta del buen ciudadano que se interesa por la buena marcha de la ciudad y, por ende, del país. Los que sí tienen conciencia de sus deberes cívicos, entre ellos: el amor a la patria, a la responsabilidad de esforzarse en construir cada día una nación solidaria, unitaria y fortalecida, que mire siempre hacia adelante en sus vías de mejoramiento económico, social y cultural, sobre todo, tienen plena conciencia de que la participación ciudadana es fundamental para el desarrollo de la democracia.
Históricamente, la democracia ha sido golpeada por los anarquistas, los soñadores de las monarquías, aristocracias, oligarquías, feudalismos, autocracias y conservadurismos radicales. Lo peor que puede suceder es que la democracia sea dominada por el subdesarrollo cultural u oclocracia, es decir, el poder de la plebe, como le sucedió a Roma en los años 400 antes de la Era Cristiana y después del tercer siglo de ésta en que sucumbió el imperio grecorromano a manos de los bárbaros, los Atila, los hunos y los godos.
Hay que tener valor para reconocer que nuestro querido México está rebasado hoy en día por el subdesarrollo cultural. Las tribus violentas y enemigas acérrimas del régimen institucional y del Estado de Derecho, tintadas de amarillo y aparecidas en 1988, aún vigentes con su gran jefe Pluma Amarilla, tienen atribulado al país. Así empezó la debacle política. Las evidencias están a la orden del día y todavía hay muchos que lo niegan, no lo quieren ver mucho menos aceptar.
Tienen razón quienes han elevado su voz para hacer recapacitar a los enemigos de las instituciones, a fin de que acudan a las urnas a emitir su voto correctamente y no compliquen la situación política electoral más de lo que ya está. Muchos columnistas y articulistas colaboradores de medios impresos, lo han hecho al tratar el tema, como mi talentoso amigo Julio Faesler, cuando afirma: “Dejamos adrede que las cosas se deterioren para después decepcionarnos y luego desecharlas. Nos gusta comenzar de nuevo, no tanto para avanzar, sino con el fin de probar que lo pasado estuvo mal. Luego abandonamos el empeño; se nos olvida. No cuidamos lo logrado.
“La psicología nacional parece estar preorientada hacia la autodestrucción. No hay visión ni convicción de triunfador. Por alguna razón estamos programados para la derrota y no nos sorprende la propia, tampoco el triunfo ajeno. El que las leyes estén redactadas para ser esquivadas o burladas nos parece natural, como también natural que las instituciones tengan que cambiar de piel para que les hagamos caso por un breve momento.
“No piensen los promotores de la abstención o del voto blanco que su mensaje será eficaz para que los diputados se apliquen, en números suficientes, a las reformas que se hayan planteado o los que vendrán. Ello no es ni remotamente argumento que apoye la abstención”, concluye Faesler.
No cabe duda de que existe desinformación y desconocimiento en los promotores de tan infaustas pretensiones electorales. Es evidente su mala intención o falta de cultura política. Si supieran la historia de la adopción del voto (que data de más de dos siglos en occidente y siglo y medio en México) y el costo que tuvo, otra cosa sería.
El sufragio o derecho a votar fue de facto (de hecho), una etapa temprana; después fue de jure (por ley). Tuvo que pasar por cuatro fases: una de discriminación en lo general, otra muy selectiva, la tercera con límites más flexibles y, la cuarta, mal llamada universal, porque siempre ha sido restringida.
Primero fue denominado voto censitario, es decir, privilegio reservado a quienes estaban en un censo electoral como contribuyentes al sostenimiento del Estado, principalmente los terratenientes, financieros y comerciantes en alta escala (finales del siglo XVIII). En la segunda se llamó capacitario y se amplió a quienes sabían leer, escribir, practicaban un arte o ciencia y pertenecían al género masculino con educación, sin partidos políticos formales, sino a través de agrupaciones políticas que funcionaban temporalmente mediante convocatorias electorales específicas y a través de juntas provinciales y parroquiales autorizadas (a principios del siglo XIX) en Europa y parte de América. Cabe citar que el voto capacitario aún prevalecía en Inglaterra, en 1832, para efectos de la renovación de miembros en el Parlamento. Luego vino el voto masculino, para todos los varones, sin restricciones económicas, intelectuales ni de educación.
La cuarta etapa fue significada por el voto universal, abierto a hombres y mujeres por igual. Prevalece hasta nuestros días y aun así presenta limitaciones para ambos debidas a requisitos que marca la ley en la materia.
El voto fue integrado a las legislaciones de los Estados que se constituyeron paulatinamente en ambos continentes y empezó en países desarrollados y no desarrollados, a lo largo del siglo XX, sin coincidir con fechas de los movimientos de Independencia y revoluciones, ni promulgación de las constituciones, porque el voto obedeció a reformas político electorales, en tiempos y condiciones distintas y en relación a la mayoría de edad en países que varió de 25 a 21, 18 y 16 años, como ésta última en el caso actual de Cuba.
Por ejemplo: el primer Estado que otorgó el voto a la mujer dentro los Estados Unidos, fue Wyoming, en 1890; la adopción en el total de 50 estados de la Unión Americana requirió de más de dos décadas; Gran Bretaña, en 1918; Francia, en 1944; México, en 1953, Suiza, en 1971.
La historia del voto es muy amplia e interesante y en otra ocasión profundizaré, por ahora el punto es: acudir con un voto razonado, por candidato o por partido, eso dependerá de las preferencias del elector, esto implica actuar con plena conciencia y cuanto se haya acercado a conocer quién es el menos malo, quién tiene más seriedad, honestidad, programa de acción, apego estatutario, trayectoria en el campo político, comportamiento de los líderes de los partidos y otros aspectos de observancia ciudadana.
Sin importar volúmenes y contenidos de la propaganda y publicidad derramada en las campañas políticas, el ciudadano tendrá en su mano la decisión y la fuerza de su voto para castigar a uno o varios partidos políticos y calificar a quien lo deba representar en los cargos públicos de elección popular, es decir, en el Congreso de la Unión, en los congresos locales y en las delegaciones del GDF, y en los demás escaños estatales donde ha lugar la votación.
Tener confianza en que el voto individual cuenta y será determinante para indicar qué desea la ciudadanía, en qué forma censura las conductas frívolas, hostiles o violentas de las dirigencias que quieren seguir viviendo del erario público al margen de la vida institucional y del Estado de Derecho.
Recuperar la confianza y buena imagen, dentro y fuera de nuestro país, es vital. Esto dará la anhelada seguridad jurídica, social, política y económica que se requiere en estos momentos de crisis en varios aspectos de la vida nacional. Por ello, vamos todos a votar: hombres y mujeres honestos; jóvenes entusiastas, vigorosos y emprendedores; adultos maduros y de probada sensibilidad cívica del México moderno, ahí estarán.
afcperiodista@hotmail.com
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