viernes, 10 de octubre de 2008

......... Tercera parte de : Todos Santos Día De Muertos; por Octavio Paz, de El Laberinto de la Soledad


Por: Aaron García Ibarra


Gracias a las Fiestas el mexicano se abre, participa, comulga, con sus semejante y con sus valores que dan sentido su vida religiosa o política. Y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres Fiestas. Su frecuencia, el brillo que alcanzan, el entusiasmo conque todos participamos, parecen revelar que , sin ellas, estallaríamos. Ellas nos liberan, así sea momentáneamente, de todos esos impulsos sin salida, y de todas esas materias inflamables que guardamos en nuestro interior. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras sociedades, la Fiesta mexicana no nada mas es un regreso un estado original de indeferenciacion y libertad, el mexicano no intenta regresar, sino salir de si mismo, sobrepasarse. Entre nosotros la Fiesta es una explosión, un estallido. Muerte o vida, jubilo o lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos, no para recrearse o para reconocerse, sino para extradeborarce. No hay nada mas alegre que una Fiesta mexicana, pero también no hay nada mas triste. La noche de Fiesta es también noche de duelo.


Si en la vida diaria nos ocultamos a nosotros mismos, en el remolina de la Fiesta nos dispersamos, mas que abrirnos, nos desgarramos. Todo termina en alarido y en desgarradura: el canto, el amor, la amistad. La violencia de nuestros festejos muestra hasta que punto nuestro hermetismo nos cierra las vías de comunicación con el mundo. Conocemos el delirio, la canción, el aullido y, el monologo, pero no el dialogo. Nuestras Fiestas, como nuestras confidencias, nuestros amores y nuestras tentativas por reordenar nuestra sociedad. Son rupturas violentas con lo antiguo o con lo establecido. Cada vez que intentamos expresarnos, necesitamos romper con nosotros mismos. Y la Fiesta solo es un ejemplo, acaso el mas típico de la ruptura violenta.


No seria difícil enumerar otros, igualmente reveladores: el juego que es siempre un ir a los extremos, mortal con frecuencia; nuestra prodigalidad en el gastar, reverso de la timidez de nuestras inversiones y empresas económicas, nuestras confesiones. El mexicano, ser hosco, encerrado en si mismo, de pronto estalla, se abre el pecho y se exhibe, con cierta complacencia y deteniéndose en los pliegues vergonzosos o terribles de su intimidad. No somos francos, pero nuestra sinceridad puede llegar a extremos que horrorizarían a un europeo. La manera explosiva y dramática, a veces suicida, con que nos desnudamos y entregamos, inermes casi, rebela que algo nos asfixia y cohíbe. Algo nos impide ser. Y por que no nos atrevemos o no podemos enfrentarnos con nuestro propio ser, acudimos a la Fiesta. Ella nos lanza al vacío, embriaguez con que se quema a si misma, disparo en el aire, fuego de artificio.


La muerte es un espejo que revela las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos o tentativas - obras y sobras – que es cada vida, encuentra en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella (la muerte) nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y hundirse en la nada, se esculpe y vuelve a ser forma inmutable: ya no cambiaremos sino para desaparecer.


Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tubo nuestra vida. Por eso cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: se la busco . Y es cierto, cada quien tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan la manera de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la vida. Sino morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime como mueres y te diré quien eres.


....... Fin de la tercera parte de: Todos Santos Día de Muertos; por Octavio Paz; editorial E.F.E.; México D.F. 2002

Trascrito por: Aaron García Ibarra 10 de octubre de 2008

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